La Laguna de Bacalar en familia y por tu cuenta

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¿Y si además hubiera hecho sol? Pues hubiéramos visto el anunciado multicolor azul de la laguna. Pero llovió. Y cuando paraba, el cielo quedaba techado de nubes. Pero también es cierto que esas mismas nubes, cuando atardecía, se enardecían en naranjas y rojos imposibles, con un cielo panorámico como no hemos visto en ningún sitio. Y los niños en una tabla de paddle surf. Y nosotros nadando o sentados en una tumbona de la palapa. Inolvidable.
 


 
A Bacalar Llegamos también en autobús. Y desde la parada del bus tomamos un taxi hasta nuestra cabaña delante de la laguna. Nos hospedamos en una de las tres que ofrece Pucté 13, donde lo único que sobran son los mosquitos que, al atardecer, atacan de forma indiscriminada y hasta inmisericorde. Simúlidos aparte, el alojamiento es una maravilla, con una amplia y luminosa cabaña con techo de paja situada a 40 metros del agua. Y luego, o sobre todo, están Estela, una anfitriona insuperable, y su nieto Osvaldo, que llevan con energía y calidez la gestión del lugar. En el caso de Estela, se agradece especialmente escuchar a esta profesora ya jubilada de sonrisa fácil (muy fácil), ya sea cuando habla de Bacalar, del estado de Quintana Roo, de la historia México o de la vida en general. Una de esas personas que marcas a fuego junto a un lugar que has visitado.
 

 

 


 

Los tres días que estuvimos en Bacalar fueron de intenso y placentero descanso. Solo visitamos una noche y una mañana el centro de Bacalar, de ambiente relajado y con buenos restaurantes, como Barril Grill, donde nos comimos la mejor hamburguesa que hayamos comido nunca (rellena de tres quesos, la llaman ‘Hamburguesa corazón’). El resto del tiempo, la laguna -al frente o dentro de ella- era nuestro sitio. No hicimos ninguna excursión para recorrerla, en parte por el deseo de mínima actividad y también porque el tiempo no acompañaba. De hecho, dos de las tres noches pedimos que nos trajeran pizzas hasta la palapa.

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